Mi humilde petición

Sería de agradecer que cada cual deje sus comentarios en la entrada que crea oportuna...tanto los buenos como los no tan buenos. Así puedo hacerme una idea de cómo mejorar y en qué aspectos :)

domingo, 28 de agosto de 2011

Pequeños detalles que te hacen feliz


Por mucho que nos concentremos en buscar la felicidad, la vida siempre va a ofrecernos momentos de tristeza, soledad, angustia, rabia…son momentos en los que creemos que quedaremos estancados en ese sentimiento para siempre, que ya nada ni nadie podrá sacarnos de ahí,  y eso, nos entristece aún más.
Buscamos la felicidad en la grandeza, en tenerlo todo, en no necesitar nada. La buscamos en el amor, la pareja perfecta; la buscamos en los amigos perfectos, esos que nunca te fallan y que jamás podrían cometer un error, pues dejarían de ser amigos por no habértelo dado todo; la buscamos en la aprobación de la gente, de todo el mundo, sin darnos cuenta de que nunca podremos tener contento a todo el mundo, que cuando alguien te diga “esto me encanta”, automáticamente habrá otro que diga “¡Dios mío, qué cosa más fea!”. Buscamos la felicidad en hechos generales, en cosas que abarcan mil cosas más, pero sin tener en cuenta esos pequeños detalles que son, en definitiva, los que al final consiguen hacerte feliz…los despreciamos por ser pequeños, por ser insignificantes y por no significar un hecho gigante en toda su plenitud; nos olvidamos de ellos porque por sí solos no son nada, no abarcan la grandeza, no son un todo.
Y, sin embargo, están ahí, en el día a día, en cada persona y en cada acto que realizan. Se esconden entre montones de escombros de tristeza y amargura, entre lagos de miedo y soledad. Son apenas una estrellita de luz tenue en un firmamento vacío de ellas, por lo que es muy fácil pasarla por alto entre tanta oscuridad. Pero ahí está. Ahí brilla suavemente, con miedo a apagarse entre tanta oscuridad, con terror a perderse en el olvido sin que tú te hayas dado cuenta siquiera de que existe y, aún así, por ti brilla un poco más, para darte una oportunidad para que la veas.
“Es apenas un minúsculo punto de luz en medio de la nada…ni siquiera es capaz de alumbrar este firmamento oscuro por sí sola”. Qué fácil es pensarlo, darlo por hecho y ya está, ¿verdad? Nunca se te ocurriría acercarte un poco y fijarte en su luz; no te das cuenta de que si la ves tan pequeña y atenuada es porque estás muy lejos, que lo que tú ves como un puntito en el firmamento es en verdad un fulgurante haz de luz que te cegaría si lo mirases fijamente desde miles de kilómetros de distancia, que es un sol en la distancia. No lo ves claro y lo desprecias.
¿Y si probases a acercarte? Es tan solo un punto de luz en la totalidad del universo, sí…pero ahí está, y brilla sólo para ti, sólo para tus ojos. Se te abren dos caminos: olvidarte de él y esperar a que se apague y aparezca un verdadero foco delante de ti, o intentar llegar a él, buscar su significado y descubrir que, poco a poco, ese puntito va creciendo hasta convertirse en un haz luminoso, que junto a él hay más puntitos, decenas de ellos, que poco a poco irán creciendo para formar decenas de haces rodeados de centenas de puntitos. Si te acercas lo suficiente, encontrarás tu foco. Puede que no sea tan grande como esperabas, ni tan luminoso como creías que debía ser, pero ahí está, brillando para ti cada día un poquito más, despejando la oscuridad de la que no querías salir.
Nos esforzamos en buscar la felicidad en las cosas grandiosas, en conjuntos que forman un todo, en sentimientos enormes que suelen abarcar a otros sentimientos más chiquititos; no queremos darnos cuenta de los pequeños elementos que forman la “grandiosidad”, no nos fijamos en los detalles que dan lugar al todo y desechamos los sentimientos más modestos que acompañan al enorme, a pesar de que van íntimamente ligados. Nos esforzamos en acabar el puzzle, pero sin tener en cuenta las piezas que lo forman.
Yo encontré un resquicio de felicidad en una antigua libreta, en los pequeños detalles que la forman, y me fijé en cada pequeño puntito de luz para olvidarme de la oscuridad que me rodea. Sigo rodeada de malos sentimientos, sí, pero sé que siempre podré contar con este foco de felicidad cuando la oscuridad luche por engullirme, y sé que la luz será más fuerte.
Hoy me gustaría invitaros a todos a buscar vuestro minúsculo puntito de luz del día y compartirlo conmigo. Quizás os deis cuenta de que habéis descubierto un pequeño remanso de esa felicidad que tanto ansiabais encontrar.
Hoy me gustaría invitaros a repetir mis palabras: “este pequeño detalle ha hecho que me sienta feliz”. Quizás descubráis que, a pesar de todo, lo decís porque es verdad.

viernes, 26 de agosto de 2011

Lágrimas que no merecen la pena


Había puesto música para entretenerme un rato cuando, en un momento dado, empezó a sonar una canción. No es que me guste especialmente, ni que sea sentimental, ni que signifique nada para mí, simplemente, me recordó a un amigo cantándola con la guitarra y sentí la necesidad de escucharle cantar.
¿La diferencia entre la cantante y él? Que, por alguna razón, siempre acabo llorando cuando lo escucho a él, sea cual sea la canción…o casi.
Me di cuenta de que se me había llenado los ojos de lágrimas debido al deseo, a la necesidad de escucharlo cantar. Solo que no era sólo eso.
Al recapacitar sobre ello, me fijé que ya me sentía algo triste desde antes (toda la tarde, de hecho), y no lo había notado. La añoranza que me produjo la canción no era más que el detonante de una bomba ya preparada.
Me puse a pensar, pues, en la razón de mi estado: ¿qué había estado pensando durante toda la tarde?  Más de  una respuesta acudió a mi mente.
En primer lugar, la soledad en la que me siento inmersa pues, a pesar de haber vuelto al pueblo con mis padres para pasar el fin de semana, a pesar de que siempre puedo contar con mis amigos, a pesar de estar rodeada de gente, echo de menos el cariño y las caricias que sólo un novio puede darte. No suelo pensar mucho en esta, por lo general el cariño de mis amigos me es más que suficiente para sentirme bien, completa…pero la tarde anterior vi algunas fotos de mi prima con su novio y sentí algo de envidia, aunque no le hice mucho caso. Ahora sé que todo empezó ahí.
En segundo lugar, también a raíz de esas fotos, había empezado a sentirme mal conmigo misma, con mi cuerpo. Volvía a ser consciente de la celulitis en mis piernas, de mi barriguita y de que estoy empezando a ganar peso otra vez, desde que dejé el gimnasio. Sentí rabia, porque nunca quise dejar de ir, ya que me hacía sentir bien, viva; sentí rabia porque ahora no puedo ir…aunque entiendo el porqué.
Me siento frustrada y desesperada, pues intento pensar en otras formas de hacer ejercicio, pero ninguna me convence: para salir a patinar dependo de mis amigos (estoy aprendiendo aún), y no siempre pueden; si salgo a correr, me ahogo en 5 minutos, por lo que no puedo continuar, y todo lo que he intentado por casa, por mi cuenta, me aburre y desanima mucho porque lo hago sola (lo he intentado más de una vez y, a veces, me deprimía tanto que acababa llorando). Podría cambiar de gimnasio, sí, pero los que me pillan cerca, o son demasiado caros, o tienen tarifas reducidas para actividades concretas u horarios que no me vienen bien. Además, echaría de menos (ya echo de menos) a la gente y los monitores del que acabo de dejar.
Y no se me ocurren más opciones.
Siento que mis piernas me piden movimiento, que mi cuerpo entero necesita moverse, cansarse, sudar…y siento que me estoy pudriendo por dentro, sin salir de casa, tirada en el sofá todo el día, con un dolor de espalda que había menguado y que ahora va en aumento día a día.
¿Siento algo más? ¿Hay alguna otra razón para que una simple canción me haya llenado los ojos de lágrimas y el corazón de añoranza? Creo que no…o al menos no consigo verla.

martes, 23 de agosto de 2011

Tras varias horas intentando dormir.


Me había acostado bastante tarde pero, aún así, no conseguía dormir, pues no me sentía cansada en absoluto, por lo que dejé mi mente vagando a sus anchas.
Tras un rato de pensamientos inocuos, me vino a la cabeza la que, hasta hace poco, era amiga mía. La echo de menos. Me sentí triste, pues han sido mucho años de amistad, una amistad que se ha roto por una cabezonería (una detrás de otra), por orgullo y por no saber escuchar (y la falta de confianza que eso conlleva). Me enfadé con ella, sentí cómo la rabia crecía dentro de mí y me llenaba los ojos de lágrimas. ¿Por qué tiene que ser siempre tan cabezona? ¿A qué viene tanto orgullo? ¿De verdad la amistad  significa tan poco para ella, que antepone su orgullo y su “dignidad” a una amiga?
Yo podría arreglarlo, sé cómo hacerlo: basta con que (a sus ojo) me “humille” yo y vaya a hablar con ella…no me importaría, lo haría de buen agrado, sin pensarlo dos veces, si no fuese porque creo (estoy segura)  que no cambiaría nada. Hablaríamos con normalidad, saldríamos por ahí y se vería una relación bonita, sí…pero la conozco, sé lo rencorosa que es, que las guarda todas y busca el momento adecuado para podértelo echar en cara, aún cuando se supone que es algo que te ha perdonado. Ya lo ha hecho otras veces antes, y con cada una de esas veces (y otras situaciones), ha ido perdiendo poco a poco mi confianza.
Sé que podría solucionar las cosas con ella, sé que todo podría ser como antes…pero no confío en ella y no tengo necesidad de volver a sufrir su pérdida, y sé que tarde o temprano ocurriría otra vez.
Intenté dejar de pensar en ella, alejar mi mente de esa añoranza, y volví a dejarla ir.
Supongo que será porque ya había comenzado con los pensamientos negativos y me cuesta mucho pararlos pero, después de ella…llegó él, la razón por la que todos mis miedos están a flor de piel, el chico que se obsesionó conmigo antes de conocerme.
Reviví cada momento con él, la falsedad, la hipocresía…y cómo el miedo empezaba a apoderarse de mí en los días anteriores a romper con él.
Y me sentí estúpida porque, a pesar de todo, de una manera u otra puedo entender que sea así, cómo actuó después. Me sentí estúpida porque me veía cruel a mí misma, porque denunciándolo estaba anteponiendo mi bienestar al suyo. En aquél momento tenía claro que era eso lo que tenía que hacer, pero ahora no puedo evitar sentirme mal.
En verdad no creo tener la culpa de nada, ya que intenté hablar con él en todo momento para que no hubiese malentendidos…
Supongo que en gran parte me sentía tan mal porque ya estaba afectada por lo de mi amiga.
Una vez más, intenté sacarlo de mi cabeza. No me sentía especialmente mal, así que me resultó fácil decidirme por el mejor método para volver a sentirme bien.
Funcionó.