Mi humilde petición

Sería de agradecer que cada cual deje sus comentarios en la entrada que crea oportuna...tanto los buenos como los no tan buenos. Así puedo hacerme una idea de cómo mejorar y en qué aspectos :)

jueves, 9 de febrero de 2012

Ella

Vuelve sola, acompañada únicamente por el frufrús de su largo vestido volando alrededor de sus piernas, siendo estas apenas una suave danza sobre el asfalto. Su pelo, negro como la noche que se cierne sobre ella, vuela tras ella, atropellándose unos mechones a otros en su afán por seguir el ritmo de los pasos de su alocada dueña. Sus ojos, normalmente de un tono más bien oscuro, se tornan dorados bajo la luz de la luna Ethëra, la única que brilla esta noche sin estrellas.
Se oyen flautas y violines.
Los alargados pétalos carmines que forman sus labios, carnosos como la pulpa del melocotón, se curvan hacia arriba en una creciente sonrisa de infantil locura, ansia y felicidad.
Acelera aún más el paso; sus delicados pies casi ni rozan el asfalto.
Ríe. La gente a su alrededor cree que ese sonido forma parte de la música, y ríen también.
Bullicio. Cientos de personas giran y bailan y vuelven a girar al son de las flautas y violines, cada vez más rápido.
Se une a ellos. ¿Se une? No, ella no es como los demás, no baila sus pasos ensayados. Atraviesa el tupido círculo de bailarines y llega al centro del mismo. Nadie la ve, nadie presta atención a la dama del vestido de flor. El baile es suyo.
Baila. Cada nota se apodera de sus piernas, de sus brazos, su cadera. Se deja llevar por la música.
Se eleva. Ella no se ha dado cuenta, el resto tampoco, pero sus pies ya no tocan el suelo.
Ríe. La gente admira el sonido de la música, ese sonido que se mezcla con las flautas y los violines. Nadie sabe de dónde viene, pero tampoco le importa a nadie. Es bonito, es dulce. Es música.
Vuela. Se ha elevado tanto que las cabezas de los más altos no llegan a sus tobillos. Aún no se ha dado cuenta, y los demás tampoco. De su espalda nacen dos alas enormes, suficientemente grandes como para cubrirla entera a ella y a dos más, pero tampoco se ha dado cuenta de eso. Ni los demás.
Sus alas son translúcidas, casi transparentes, y están adornadas con finísimas filigranas de plata (… ¿O no es plata?) y diminutas esquirlas de cristal (no, tampoco son de cristal…). La luz de Ethëra atraviesa sus recién adquiridas alas, y brilla.
Un cielo estrellado se abre bajo sus pies, proyectado por sus propias alas, pero ella no se da cuenta; los demás tampoco… “una noche más, como otra cualquiera”, dicen. Y siguen bailando, ajenos al inusual fenómeno que está ocurriendo sobre sus cabezas. Ni siquiera se dan cuenta de que esas nuevas estrellas no son como las que ellos conocen, que brillan más y están más cerca. Les da igual, sólo bailan al son de las flautas y los violines… no, sólo flautas y violines no, hay algo más, una música nueva que nadie sabe de donde viene, un hálito de magia que suena al son de la música. Suena bien, así que a ellos les da igual.
Ella baila, ajena a su baile, a su vuelo; ajena a sus nuevas alas, a su luz y a su propia risa. Ella baila.
Ethëra brilla más esta noche, más de lo que ha brillado nunca antes, y refleja su luz en las alas de ella creando un manto de estrellas que ella no ve.
Ella baila, ajena a todo, ajena a sí misma, ajena al hecho de que su vestido ya no hace frufrús al roce con sus piernas… y es que ya no es su vestido; es otro diferente, más corto, más delicado, más etéreo, como si estuviese hecho de gotas de agua, como sus alas. No, no está hecho de gotas de agua, si no de rayos de luz, haces brillantes que vienen de Ethëra… como sus alas.
Ella baila. Ella brilla. Ella vuela. Ella ríe.
Ella sueña.
El viento le ha regalado su liviandad, y ella baila; Ethëra le ha regalado su luz, y ella brilla; Ethëra le ha regalado sus alas y ella vuela; Las flautas y violines le han regalado su música, y ella ríe.
La noche le ha regalado sus estrellas, y ella sueña.