Hay veces que te dejas llevar, que dejas que te superen tus sentimientos, tus ganas de reír, tus ganas de llorar, de esconderte o de salir y gritar.
Hay veces que quieres comerte el mundo y sales a soñar, con la cabeza bien alta, riendo, observando y con tu nivel de autoconfianza rozando casi la luna. Otras, te apabulla la realidad, te da un sopapo de crueldad, te baja de las nubes y, entre ataques de canguelo te invita a esconderte para que nadie te encuentre mientras sufres el desengaño de los sueños rotos.
Escondida vivo yo desde mi última caída, con toda mi autoestima conviviendo con los hombres topo, con miedo a gustarle a alguien, con miedo a que puedan querer hacerme feliz y que pudiesen conseguirlo, porque para mí eso sólo significa que después la única sensación viable será el dolor…porque no quiero que vuelvan a hacerme daño. Siempre dije que hay que arriesgar y sufrir, luchar por la vida y por lo que deseas para conseguirlo, que si te quedas sentado no lo vas a conseguir, y no puedes quedarte quieto por miedo…y, sin embargo, yo hace tiempo que no soy capaz de mover un dedo. De hecho, temo que la brisa pueda mover mi pelo y que eso delate mi posición, que descubran dónde estoy, dónde me escondo y entonces todo el mundo pueda verme.
Todo cambia. El miedo cesa, antes o después… ¿qué prisa hay? El caso es que desaparece, se va. Sabes que volverá en algún momento, más fuerte, más débil, tampoco importa; sólo sabes que lo volverás a superar. Te da igual, le plantas cara y lo incitas a llegar, a pelear contigo porque sabes que vas a ganar. Mientras, disfrutas de la vida, de los sueños que te ofrece y huyes de la realidad que tanto te aterroriza.
Todo cambia y a veces no hay razón para ello, no hay nada que te haga decir “se me ha ido el miedo por esto o por aquello otro” o “alguien me ha dicho un algo que me ha subido el ánimo y la autoestima y me ha devuelto las ganas de soñar”. No siempre existen razones, pero a veces las hay.
Yo sigo teniendo miedo, sigo queriendo estar oculta, aunque una parte de mí quiere volver a darse a conocer, salir de mi prisión y gritarle al mundo que estoy aquí, que estoy viva y que tengo mil metas que quiero (y voy a) superar.
Quiero volver a sentir mil gritos desgarradores en un susurro, la fuerza de un huracán en un suspiro. Quiero dejar fluir la furia del mar con una sola lágrima, arrinconar una tormenta en cada carcajada. Quiero desgarrar el cielo con mi risa, oscurecer el sol con el brillo de mi mirada, hacer que llueva y, con el agua, encender una llama.
Quiero poder decir un "te quiero" sin temer lo que pueda pasar después.
Quiero poder decir un "te quiero" sin temer lo que pueda pasar después.
Me siento bien. Me siento guapa. Y, por primera vez en mucho tiempo, éste sentimiento está durando más que unas cuantas horas…quizás no dure más de dos o tres días. Da igual, no necesito tanto: me conformo con sentirlo ahora.
Y todo se lo debo a un simple gesto que me hizo recordar, echar de menos lo que ya no siento y sentía, un “algo”, por una vez, más fuerte que el miedo que me corroe por dentro. Y pienso aprovecharlo.