Mi humilde petición

Sería de agradecer que cada cual deje sus comentarios en la entrada que crea oportuna...tanto los buenos como los no tan buenos. Así puedo hacerme una idea de cómo mejorar y en qué aspectos :)

domingo, 21 de noviembre de 2010

Dumbaria Dumia

¿Acaso soy humana? ¿Acaso una duendecilla? ¿Un híbrido entre ambas especies? ¿Cómo llegué a ser lo que soy? ¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo más podré seguir así? Ahora vivo entre humanos que nada saben sobre el origen de mi existencia, y creo que a mí (a mi parte humana) me queda poco tiempo para aclararlo todo… y nadie a quien confesárselo…
Hola, mi nombre es Dumbaria Dumia, de la familia de los Dumbras, una de las más famosas en el universo de los duendecillos (por ser familia de sabios), y mi alma está atrapada en el cuerpo de una humana… pero vayamos por partes: no quiero saltarme nada…
Por todos es bien sabido que los duendecillos son unos seres mágicos extraordinarios, de no más de medio metro de altura, que viven en los bosques, escondidos en los lugares más recónditos e inimaginables, formando pequeñas ciudades ocultas al ojo humano.
Hace cientos de años todas las criaturas vivíamos en paz y tranquilas…pero la desmesurada tala de árboles, los incendios forestales y el crecimiento de las ciudades nos está dejando sin lugar para vivir y nos lleva al borde de la extinción; a demás, la contaminación nos hace enfermar y morir mucho más jóvenes…ya sólo quedamos unos centenares de criaturas mágicas en todo el mundo, lo que es una pena, pues cuando nos extingamos todas, la magia se extinguirá con nosotros… pero no nos desviemos de la historia…
Los duendecillos, como todo ser mágico, reciben su magia al ser tocados por el cuerno de un unicornio; esto les ocurre a la temprana edad de 200 años (en humanos eso equivaldría a 2 años), tras pasar por una prueba que ninguno de ellos es capaz de olvidar mientras vive (es diferente para cada feérico…pero en esta historia hablaré sólo de los duendecillos, pues es el único ritual que conozco con detalle).
Hasta el día en que un duendecillo cumple los esperados 200 años, le es dicho que para conseguir su magia deberá matar a un unicornio durante una celebración, y arrancarle su cuerno, pues sólo así la magia fluirá desde el animal hasta el duendecillo.

Mi historia comienza cuando el mundo aún era un manto azul y verde, es decir, cuando los humanos aún no tenían inteligencia suficiente como para empezar a destruirlo todo. Ya por aquellos entonces los humanos querían apoderarse de los seres mágicos, por lo que llevamos huyendo de ellos casi desde que existen… ¡qué raza más arrogante y avara! En realidad nunca habían visto a ninguno de nosotros, pero creían en nuestra existencia como divinidades. Por desgracia para nosotros, a algunas criaturas de cada especie les gusta mezclarse con los humanos de vez en cuando, obteniendo como resultado el volverse como ellos… es una pena y una gran desgracia para el resto de la comunidad mágica, ya que, a pesar de que nunca se dejaban ver, aprendían sus costumbres y sus formas, pero qué se le va a hacer…
Bueno, siguiendo por donde iba…
Faltaba a penas una semana para mi 200 cumpleaños y, como todos, me moría de impaciencia por poder matar al unicornio y obtener mi magia, y me sentía completamente preparada para ello… es más, llevaba un par de décadas preparándolo todo, pues sabía que es un ritual de lo más complejo.
Al fin llegó el gran día, y todo estaba perfectamente preparado para nosotros cuatro (había otros tres duendecillos que, como yo, habían nacido ese mismo día, hacía 200 años). Nos habían reunido a los cuatro en la plaza de la ciudad y estábamos esperando a que llamasen al primero de nosotros (el ritual se hace de uno en uno, así que primero llaman al que nació antes…yo soy la tercera de mi grupo) para que lo llevasen ante el unicornio que debía sacrificar, y ante mi familia (cada ritual es supervisado por una familia de sabios y en mi ciudad la única familia de sabios que hay es la mía. Esto es así por que es imprescindible que nada salga mal…)
Cuando el sol ya reinaba sobre nuestras cabezas, uno de los miembros de mi familia, un tío lejano por parte de mi padre, llamó al primer duendecillo (curiosamente era el único chico de nuestro grupo…digo curiosamente, porque las duendecillas solemos nacer antes, en el mismo día… es algo genético). El caso es que ambos se alejaron hacia el centro del bosque, y nosotras nos tuvimos que quedar esperando nuestro turno…
Al cabo de un rato volvió el duendecillo, aún acompañado por mi tío, que venía para llamar a la siguiente. Por la cara del chico, podía adivinarse que había pasado la prueba. Mi otras compañeras y yo nos moríamos de ganas por preguntar que cómo era, pero sabíamos que no serviría de nada, pues estaba prohibido hablar del ritual cuando se salía de él, así que simplemente lo felicitamos y él se marchó.
La duendecilla que acababa de irse tardó mucho menos en regresar que el duendecillo. Ella también había pasado la prueba, así que la felicité antes de seguir a mi tío. Estaba un poco nerviosa, pero también muy decidida.
Y al fin… el unicornio: un ser magnífico parecido a un caballo pequeño, con una brillante y sedosa pelambrera blanca, tan reluciente que parecía plata; su cabeza estaba coronada por un enorme cuerno en forma de espiral (era incluso más grande que un duendecillo adulto) de color blanco- transparente, tan increíble que incluso iluminaba todo el claro y a los duendecillos que lo rodeaban.

El unicornio giró su majestuosa cabeza hacia mí y fijó sus ojos negros en los míos… aquellos ojos, tan llenos de sabiduría que parecía que rebosarían de un momento a otro, unos ojos que parecían contener todo un cielo nocturno cuajado de estrellas…no, no podía matarlo, sabía que me desterrarían por ello, pues un duendecillo sin magia no es un duendecillo; sabía que no volvería a ver a mis padres, ni a mis amigos, pero nada importaba sin con ello conseguía salvar todo lo que ese maravilloso ser había hecho nacer dentro de mí.
Sin darme cuenta, me había acercado al unicornio y, sin pensarlo, hundí mis manos y mi rostro entre sus largas crines y derramé un par de lágrimas, aterrorizada por la crueldad de nuestra especie al hacernos obtener la magia de un modo tan ruin…era mil veces mejor morir joven que hacer una atrocidad semejante.
Me separé un poco de su cuello para asegurarle que no le haría nada, pero, para mi sorpresa, noté que algo me inundaba por dentro: el unicornio me estaba rozando con su cuerno, transmitiéndome su poder. La magia recorrió cada célula de mi cuerpo, pasando a formar parte de mí. Toda mi familia aplaudía alborozada, llena de alegría y, en ese momento, lo comprendí todo: la prueba no consistía en matar al unicornio, sino en demostrar que no eres capaz de hacerlo, pues un animal sagrado no debería morir en manos de nadie; esto te hacía merecedor del don de la magia, y así era como la conseguías.
La incalculable belleza del unicornio había hecho que todos los duendecillos, sin excepción, hubiesen pasado la prueba, pero aún así mi familia, y el resto de las familias sabias del mundo, continuaban supervisando el ritual, y más ahora que a los duendecillos les había dado por mezclarse con los humanos, y ya no respetaban tanto la belleza, la vida y la sabiduría. Si alguien atentaba contra la vida del unicornio, sería parado de inmediato, y expulsado de la comunidad mágica, informándole de cuál había sido su error, de por qué no merecía ese preciado don.
Mi tío me acompañó hasta la plaza, aprovechando para llamar a la última duendecilla. Yo iba rebosante de felicidad, no por el hecho de haber pasado la prueba, ni siquiera por poder sentir la magia fluyendo dentro de mí, era por el simple hecho de haber podido ver a una criatura tan magnífica. Sonriendo como no lo había hecho antes, me acerqué a mi compañera para desearle suerte, aunque sabía de sobra que no la iba a necesitar, y que pasaría la prueba sin problemas.
Aquel mismo día pasé a ser un miembro más de los que rodeaban al unicornio durante el ritual, para protegerlo de cualquier duendecillo que pudiese suponer una amenaza, rechazando sus instintos y dejando lugar a los peores sentimientos.
Todo fue bien durante varios centenares de años, hasta que la proliferación humana empezó a hacer mella en la naturaleza, cuando la sobrepoblación hizo que tuviese que buscarse más sitio para vivir que el que ya tenían, y encontraron nuestros bosques como solución…
Cada vez más duendecillos se acercaban a ellos, cada vez se volvían igual de arrogantes y engreídos, y cada vez más fallaban en su intento de conseguir la magia, por lo que eran desterrados.
Pero no siempre las cosas pueden salir bien con tanta facilidad…
Los bosques ya no eran más que el acumulo de unos pocos árboles, nuestra raza se sentía cada más débil, más presionada a esconderse de los humanos que nunca. Cada vez había menos nacimientos de duendes, hadas, elfos, gnomos y demás criaturas mágicas…incluidos los unicornios: hacía ya más de un milenio que no nacía ninguno, y los que ya existían, aunque inmortales, estaban empezando a languidecer, sumidos en una profunda tristeza al ver en qué se estaba convirtiendo el mundo, al respirar nada más que humo, al pasear sobre los desperdicios que los humanos dejaban como “regalo” en sus hogares.
Mi historia como humana comienza en un día de celebración y felicidad para los míos, un día que debería haber quedado marcado en la historia feérica como un día memorable: al fin había nacido un nuevo unicornio.
Aquel día debía celebrarse una nueva ceremonia para iniciar a nuevos duendecillos en la magia, y mi familia y yo coincidimos en que la mejor opción sería hacerlo a través de aquel recién nacido, ya que la magia de los unicornios más legendarios había ido perdiendo fuerza con el paso del tiempo, al morir su entorno.
Como es de esperar, las medidas de seguridad en torno al unicornio se habían ido reforzando con el tiempo, y esta vez eran incluso superiores a los años anteriores, por el que peligro que suponía que el donante fuese apenas una cría…y porque 2 de los aspirantes eran conocidos por llevar prácticamente toda su vida mezclados con humanos de la peor calaña.
Curiosamente volvían a ser 4 los aspirantes a obtener la magia ese día. Curiosamente, volvían a ser tres chicas y un chico. Curiosamente, muy curiosamente, el chico volvía a ser el primero.
El chico, uno de los dos aspirantes por los que era más necesario que nunca reforzar las medidas de seguridad, consiguió pasar la prueba tras un largo titubeo en que él se debatía entre conseguir la magia como le habían enseñado, o seguir sus impulsos más internos y arrodillarse ante él como hice yo en su momento, como habían hecho todos los aspirantes que habían pasado la prueba hasta entonces. Por nuestra parte, podía respirarse la tensión en el ambiente, podían sentirse nuestros músculos tensados, preparados para rodear al unicornio y protegerlo en caso de que fuese necesario…aunque nuestros rostros permanecían impasibles. Al final sucumbió a su instinto y, con un suspiro de alivio, nos apartamos un poco para dejar que el unicornio hiciese su trabajo.
Las dos siguientes chicas pasaron la prueba con total facilidad, sin ningún tipo de problema ni necesidad por nuestra parte de ponernos alerta.
El problema vino con la última, la otra que había escuchado lo que los humanos tenían que contarle sobre la vida sin necesidad de dejarse ver, una duendecilla llamada Tiana. Vimos cómo se acercaba a la cría de unicornio con el odio y la avaricia reflejados en la mirada; vimos como sonreía con malicia al encontrarse con los ojos del unicornio, como alzaba el cuchillo sin pararse a pensarlo siquiera.
Mi familia y yo actuamos enseguida, sin dudarlo un segundo, para proteger a la cría de unicornio, que había empezado a temblar de miedo. Levantamos todas las defensas y el cuchillo de Tiana se desintegró en el aire, a escasos centímetros del lomo de la criatura.
Todos la miramos con infinito desprecio en la mirada, pero ella no pareció percatarse de este hecho, pues parecía haber enloquecido: no apartaba la vista del unicornio, y buscaba frenética un lugar por donde atacarlo para obtener aquello que tanto ansiaba…sus ojos casi se salían de sus órbitas por la desesperación. Intentamos calmarla para hablar con ella y explicarle su error, pero no paraba quieta, aún buscando un fallo en nuestro escudo para poder acercarse al unicornio, de otra forma indefenso.
Pude ver como, desesperada, empujaba hacia un lado a mi padre que perdió el equilibrio y cayó al suelo, haciendo flaquear por un instante el escudo…momento que Tiana aprovechó para acercarse al unicornio. No pudo atacarle, no pudo siquiera acariciarlo, pero rozó a penas un instante su cuerno y este, irremediablemente, le transmitió un poco de magia.
La sensación pilló tan de sorpresa a Tiana que quedó petrificada unos segundos, lo suficiente como para rehacer el escudo con más fuerza que nunca. Ella nos miró con una mezcla de fascinación, sorpresa y avaricia en la cara: quería más de aquella sensación.
Miró al unicornio y luego a nosotros otra vez, suplicante. Todos a una negamos con la cabeza y sus ojos volvieron a refulgir con aquel odio ciego que la caracterizaba.
-No podemos dejar que te acerques a él, no después de lo que has intentado-fue mi madre la que habló- quedas desterrada desde este momento. No podrás volver a acercarte a nuestra comunidad…si lo deseas, puedes irte con esos humanos con los que has hecho tan buenas migas, los que han hecho, de una manera u otra, que no seas merecedora de la magia.
El odio de los ojos de Tiana se acentuó hasta límites insospechados, pero eso no nos impidió alejarla del unicornio y sacarla del bosque, escoltarla hasta un lugar arrasado por los humanos, pero por el que ya casi no pasaba ninguno, pues estaba demasiado alejado de su civilización.
-Este es el límite de nuestras tierras. A partir de ahora, no podrás volver a cruzarlo-dije. Mi familia y yo nos volvimos para regresar al interior del bosque, dejando a Tiana en aquel lugar.
Apenas había recibido algo de magia, no más que la sensación en sí, y si la usaba, la energía que tendría que emplear para que tuviese efecto acabaría por matarla. Ella lo sabía, y nosotros sabíamos que o sabía…por eso no pilló a todos por sorpresa lo que ocurrió a continuación.
El odio de Tiana era tan profundo que prefirió vengarse de todos nosotros y morir en el intento antes que preservar su propia vida.
Nada más girarnos escuchamos su voz por encima de cualquier otro sonido: estaba lanzando un conjuro sobre nosotros. Apenas nos dio tiempo a girarnos de nuevo mientras pronunciábamos el contrahechizo…demasiado tarde: el conjuro dio contra los tres que estábamos más cerca de ella, dos de mis tíos y yo, casi justo a su lado.
De los tres, el que estaba más alejado quedó inconsciente, el que estaba justo detrás mía se evaporó en el aire…pero su alma aún tuvo tiempo para incorporarse en un árbol, en el que vive desde entonces, ya que el hechizo había perdido fuerza al llegar a él…a mi por el contrario…a mi me dio de lleno. Sentí cómo mi cuerpo dejaba de existir, cómo mi alma quedaba suspendida en el aire; sentí como, por muchos esfuerzos que hiciese, no podía acercarse a ningún árbol de los que me rodeaban porque el hechizo había llegado con más fuerza a mí. Mi alma sintió cómo la de Tiana se reía…ella también había muerto, pero había cumplido su venganza, al menos, en parte.
El resto de mi familia no pudo hacer otra cosa que irse de aquél lugar, cargando con el cuerpo de mi tío, el que había quedado inconsciente. Mi otro tío tuvo que compartir su alma con el árbol que le salvó la vida…y que a cambio comenzó a crecer más grande y esplendoroso que los demás, y así ha continuado hasta el momento. El alma de Tiana dejó de existir tras su risa de triunfo hacia mí. En cuanto a mí, mi alma había quedado condenada a vagar sin cuerpo hasta su muerte total, como la de Tiana.
Mi alma empezaba a debilitarse poco a poco y ya perdía las esperanzas de poder encontrar un cuerpo que habitar cuando, al tercer día después de que todo pasase, un grupo de universitarios se acercó por aquel lugar…al parecer, hacían senderismo.
Era un grupo de unas diez personas, y todos pasaron de largo por el lugar donde mi alma había quedado anclada, muriéndose un poco más cada día…todos menos uno, una chica de pelo moreno se quedó parada a pocos metros de mi alma, mirando hacia todas partes, extrañada. No pareció preocuparle que el resto del grupo se alejase de ella.
La chica miró hacia todos lados, parecía que buscaba algo…
-¿Hay alguien aquí?-preguntó.
Yo no podía responderle ni hacerle saber de ninguna manera que yo estaba junto a ella. Ella seguía mirando en todas direcciones, extrañada… ¿podía sentirme? ¿Era eso posible? No…no podía ser…
Ella se acercó más y más a donde permanecía mi alma. Se paró a un metro escaso del lugar, mirando hacia donde yo me encontraba…y levantó la mano en mi dirección, con los ojos entrecerrados, como si quisiese ver algo que no era capaz de vislumbrar. Sentí cómo su mano rozaba mi esencia, cómo sus dedos se estremecían al contacto con mi alma…cómo mi alma se desplazaba alrededor de su cuerpo, sin pretenderlo yo. La chica se estremeció, sorprendida. También yo lo estaba.
-Puedo sentir tu presencia…que me rodeas, pero no puedo verte…
Cerró los ojos, supongo que para sentir qué le rodeaba, en lugar de verlo.
-Yo creo en las hadas, yo creo, sí, creo.-pronunció estas palabras con total naturalidad, como si las dijese cada día. Estaba segura de sí misma. Noté un tirón desde el centro mismo de mi esencia. Noté que me introducía dentro de ella, que su cuerpo tiraba de mí. Noté su miedo…y su decisión, como si supiese que un alma extraña se estaba apoderando de su cuerpo y no le importase.
“¿Sabes lo que está pasando?”-esa pregunta sonó en su mente, la había realizado mi alama, pero había sonado en su mente.
-Creo…creo que eres un ser mágico. No puedo verte, pero sí sentirte. Quería verte porque sé que existes…pero de alguna manera creo que ahora estás dentro de mi-lo dijo en voz alta, aunque yo lo leí en su mente antes de que su boca consiguiese vocalizarla. No parecía molesta, sólo sorprendida.
“¿Crees en las hadas?”
-Sí.- fue lo único que dijo en voz alta, pero su mente me reveló mucho más: los humanos nunca han sido capaces de vernos, sólo de pequeños creen en nuestra existencia por los cuentos que oyen en boca de sus familiares, pero dejan de creer en nosotros conforme van creciendo…sin embargo ella creía que era algo demasiado bonito como para dejar de creer en la magia…y creía de verdad.
Mantuvimos una conversación para conocernos mejor, para adaptarnos la una a la otra. Pronto ella descubrió que yo podía saber su respuesta con sólo pensarla ella, por lo que dejó de hablar en voz alta, y fue en busca de sus compañeros sin dejar de hablar conmigo. Estaba fascinada
Y yo también.
Al caer la noche, ambas estábamos agotadas, pues yo estaba muy débil por llevar tanto tiempo fuera de un cuerpo, y aún no me había instalado en el suyo, y ella había tenido que hacer un gran esfuerzo por seguir la conversación de sus compañeros sin dejarles ver que pensaba las respuestas que debía darme a mí ni lo que le había pasado.
Se tumbó en la cama, agotada y dijo “hazlo”. Llevábamos ya rato hablando sobre ello, sobre que debía “colonizar” su cuerpo para sobrevivir. Le había dicho que sería doloroso para ella, que cambiaría físicamente para adoptar algunos rasgos feéricos, aunque nadie más se daría cuenta…pero ella no pensaba en eso, sólo que debía salvar mi alma por ser la de un ser mágico.
Así pues, dejé que mi esencia fluyese por todo su cuerpo, conquistándolo, adaptándolo a mi ser, a mi magia sin quitarle su propia esencia. Sentí su dolor…pero no hizo ningún gesto, permaneció impasible, sufriendo por dentro lo que ningún mortal había sufrido hasta entonces…sólo para evitar que muriese un ser mágico.
Nos llevó toda la noche adaptarnos la una a la otra y por la mañana estábamos agotadas.
Ahora ella, yo, soy capaz de usar la magia como siempre lo he hecho, me muevo casi sin rozar el suelo, como cualquier feérico, conozco todo lo que hay que saber sobre cualquier tema, como todos los de mi especie…y voy a la facultad, como cualquier joven de mi edad, vivo con mis padres y voy al cine con mis amigos, como he hecho siempre.
Envejezco mucho más lento que el resto de los humanos, pero mucho más rápido que los feéricos de mi especie: no creo que llegue a vivir más de un milenio o dos más en los que habré de viajar continuamente para que nadie aprecie que mi cuerpo no sufre cambios durante años.
Mi meta en la vida es ahora intentar que los niños no dejen de creer en la magia, que respeten el medio que los rodea y que intenten repoblar los rincones que ya nos son “útiles” a la humanidad, que intenten mantener un equilibro con el medio ambiente…cuando crezcan.
Funciona con algunos…pero otros son demasiado avaros como para querer creer en algo más allá de ellos mismos, y mucho menos preocuparse por ello.
Mi mundo sigue muriendo…pero al menos ahora tengo amigos que intentan que renazca…muy poco a poco...

1 comentario: