-¿María? María, despierta -la llamaba su padre.
La chica de dieciséis años abrió los ojos. Aún tenía
la cabeza apoyada en el frío cristal de aquella habitación en el crucero.
-Ya está saliendo el sol, -la informó su padre- te
vas a perder las pocas vistas que vamos a tener de este fiordo.
La chica miró fuera y descubrió que el enorme barco
había comenzado a moverse para salir del fiordo. Se fijó en los árboles que
podía atisbar a través de los dispersos jirones de niebla que quedaban.
A pesar del frío que debía hacer en cubierta, se
levantó, salió y se apoyó contra la barandilla, con la mirada perdida en el
espeso manto verde que comenzaba a abrirse ante sus ojos.
Recordaba haber soñado algo mientras dormía, e
intentó evocar las imágenes del sueño. No sabía bien lo que era, pero sabía que
había sido un sueño muy real.
De repente, una brisa fría, casi helada, le acarició
la cara y se metió en lo más profundo de su cuerpo, desafiando las cuatro capas
de ropa que llevaba puestas a pesar de ser mediados de julio; en Noruega, eso
era normal, por mucho que se quejasen los demás.
La brisa se hizo insistente, y comenzó a dañarle la
piel. Algo más espabilada, María sintió, de alguna forma, que el frío trataba
de advertirla sobre algo, sobre un peligro, pero no acertaba a adivinar de qué
se trataba. Entonces, sin previo aviso, un escalofrío recorrió su espalda,
haciendo que se arqueara ligeramente, y sintió una pequeña punzada de dolor en
lo más profundo de su ser, tan pequeña, que casi creyó que era sólo el recuerdo
de haberlo sentido antes; sus ojos se nublaron momentáneamente, y sintió que se
mareaba cuando la imagen ante sus ojos se combó y volvió a su posición normal.
Fue entonces cuando la chica recordó una imagen de su sueño…una imagen, y un
nombre: era una duende en medio de un bosque que acababa de quedarse solitario,
excepto por la presencia de la propia duende y una dríade que se acercaba a
ella. ¿Cómo se llamaba? Sí, ya recordaba, se llamaba Dumbaria, lo recordaba
porque ese nombre contenía el suyo propio. Dumbaria.
Un desgarrador grito llegó a sus oídos, arrastrado
por la brisa.
Ella conocía ese grito, lo había oído antes en algún
sitio. Era un grito lleno de dolor y tristeza, un grito desesperado. Era un
grito que había escuchado mientras soñaba, y ahora había vuelto a escucharlo
porque había evocado la imagen de la duende llamada Dumbaria… ¿o no?
Hola :)
ResponderEliminarMe ha gustado tu relato. Me he quedado con ganas de más... :D
Soy seguidora de tu blog. Te invito a visitar mis blogs:
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Un cordial saludo :)