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lunes, 25 de marzo de 2013

LA GUERRA EN LA NIEBLA IV


Si en algún momento alguno de los soldados en formación  sintió inquietud, no lo dejó traslucir. Elfos, dríades, duendes y trolls mantenían su posición en actitud relajada, con las armas en ristre a punto para ser utilizadas; en el aire, los dragones y sus jinetes mantenían su formación con la vista fija en los enormes lagartos alados que surcaban el cielo a toda velocidad; y en el agua, la náyades aguardaban escondidas la llegada de las feroces sirenas. Sabían que iba a ser una lucha larga y sangrienta, que muchos morirían, pero estaban todos dispuestos a sufrir su destino por el bien de los supervivientes: si permitían que sus enemigos se diesen a conocer abiertamente a los humanos, estaría todo perdido, no habría posibilidad de salvación.
Los humanos, esos seres curiosos por naturaleza. Curiosos y crueles. Si descubrían su existencia harían cualquier cosa, por dañina que fuera, para conocer todos sus secretos, para sacar provecho de sus cualidades mágicas, para exprimirlos hasta obligarlos a dar de sí todo su potencial. Incluso, según qué quién, para exterminarlos sin más razón que su mera existencia, poniendo como excusa que serían, sin lugar a dudas, una amenaza para toda su raza.
Los trolls se habían ganado su reputación de seres malvados al ser descubiertos realizando pequeños hurtos en los huertos; muchos humanos habían avistado a algún duende despistado, a alguna hada solitaria, a lo largo de la historia. Cientos de humanos habían intentado seguirles el rastro a raíz de estos desafortunados encuentros, investigar sobre ellos; algunos habían llegado a los bosques armados con antorchas, quemando árboles sin ton ni son para eliminar a todo ser que en ellos habitase.
Aún pesaba sobre sus conciencias  la extinción de los seres de la luz, los unicornios. Los unicornios eran los seres más sabios en la tierra desde que ésta fue creada. Ellos eran los encargados de canalizar la energía de la tierra, de renovar la magia de los seres que en ella habitaban. Eran, por naturaleza, asustadizos y nunca se dejaban ver, por lo que habían tenido que aprender complejas técnicas para ocultarse que sólo ellos conocían; además, eran muy ágiles y rápidos en la huida. Sin embargo, por mucho que habían intentado salvarlos, los humanos habían sido más fuertes y rápidos, y el fuego devastador. Sólo un unicornio había sobrevivido al incendio que acabó con todos los demás, y por mucho que las demás criaturas mágicas intentaron cuidar de él, murió pocos años después, ahogado por la soledad.
La magia del mundo había quedado estancada tras la muerte del último unicornio, siendo imposible renovarla; desde entonces, las criaturas que hacían uso de la magia habían tenido que obtener la energía directamente de la Madre Tierra.
Y ahora, aquellos seres querían darse a conocer a los humanos, no como iguales, sino como sus superiores, para gobernarlos a base de fuerza bruta y una magia que ya no poseían; por esta razón, planeaban usar a los supervivientes del otro bando en aquella guerra para obtener los poderes que necesitaban y de los que carecían.
No, no podían volver atrás, no podían perder aquella guerra…costase lo que costase.

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