Mi humilde petición

Sería de agradecer que cada cual deje sus comentarios en la entrada que crea oportuna...tanto los buenos como los no tan buenos. Así puedo hacerme una idea de cómo mejorar y en qué aspectos :)

lunes, 25 de marzo de 2013

LA GUERRA EN LA NIEBLA X


Los dos duendes corrían hombro con hombro; saltaban entre los árboles y cruzaban ríos sin hacer el menor ruido, apoyándose el uno en el otro sin necesidad de parar o usar palabras (o pensamientos), como si de una coreografía mil veces ensayada se tratase. Tan coordinados eran sus movimientos, que cuando la carrera no era del uno junto al otro, cualquiera hubiera podido pensar que se trataba de un solo cuerpo, una sola mente guiando los movimientos de los dos, como cuando una pierna espera a que la otra esté totalmente apoyada para comenzar a levantarse al caminar.
De vez en cuando les llegaban informes de sus tropas. Los dragones ganaban terreno gracias a la ventaja que les proporcionaba el punto ciego de los lagartos, y habían conseguido proteger a las hadas; ya solo quedaban unos pocos lagartos alados, y los tenían bajo control.
En el agua, las náyades iban cayendo frente a las sirenas que las superaban en número en una proporción de tres a una, por lo que tuvieron replegarse tras las rocas, en las cuevas y refugios que éstas ofrecían.
En tierra, la batalla estaba muy igualada; aunque los superaban ligeramente en número y fuerza, los elfos les proporcionaban una inestimable ventaja con sus flechas, ya que muy rara vez fallaban un blanco; los trolls, gracias a su resistencia física y a su dura piel, a pesar de sus heridas, conseguían mantenerse en pie y seguir luchando junto a los duendes, que conseguían mantenerse vivos gracias a su agilidad y pericia; las dríades, por su parte, apenas habían reducido su número gracias a su capacidad para camuflarse en los árboles y luchar desde allí usando sus lanzas. Y los silfos, a pesar de haber quedado muy reducidos, habían conseguido mantener a salvo a las hadas más jóvenes, aunque a duras penas.
Así pues, sin detener la marcha y sin dudar ni un segundo de los movimientos que tenían que hacer para continuar el avance, ellos les enviaban nuevas órdenes y estrategias de ataque para ayudarles a ganar tiempo y terreno.
A los dragones y sus jinetes, Jyles les mandó ánimos para que siguiesen con el ataque, pues tenían las de ganar; les ordenó que centrasen sus esfuerzos, casi al completo, en la protección de los coros de hadas, pero que un grupo de al menos diez dragones debía encargarse de atacar a los lagartos más cercanos y sanos, siempre en grupo para asegurarse la victoria; además, al menos uno de los dragones jóvenes heridos y otro de los adultos, también de los más heridos, debían bajar a tierra para ayudar a exterminar a los lagartos que quedasen vivos. Al estar en tierra, aunque siguiesen luchando, podrían recuperar parte de su salud, aunque más lentamente de lo que lo hacían las criaturas más pequeñas.
A las náyades, fue Dumbaria la que les dio una nueva estrategia de ataque, indicándoles la mejor manera de tenderles una emboscada a las sirenas sin salir de las cuevas que las protegían; muchas de ellas perecerían en el intento, pero derrotarían a las sirenas, y la mayoría de ellas quedaría a salvo. Les ordenó que secuestrasen y retuviesen a las que quedasen vivas bajo estricta vigilancia, asegurándose de que no pudieran escapar, dejándolas inconscientes si lo consideraban necesario.
Entre los dos reorganizaron a las tropas de tierra para hacer sus ataques más efectivos. Los trolls que portaban hachas debían dividirse en tres grupos: uno  seguiría atacando a las criaturas peludas que quedasen, otro debía ayudar a los silfos en su tarea de protección de las hadas, y el último debía ayudar  a los dragones a derrotar a los lagartos alados que habían caído, pues seguían lanzando llamaradas de fuego, y los dragones no daban abasto para apagarlas todas.
Los trolls armados con onzas y piedras debían atacar, sobre todo, a los enemigos que estuviesen luchando contra los duendes y las dríades, siendo su función ahora la misma que la de los elfos: hacer diana en sus blancos para desestabilizarlos y distraerlos lo máximo posible, de manera que sus compañeros pudiesen aprovechar esa ventaja para atacar más duramente. Si tenían ocasión, debían poner sus piedras a disposición de los silfos que se viesen en apuros.
Los duendes y las dríades, por supuesto, debían seguir luchando cuerpo a cuerpo.
La lucha ya duraba más de una hora, y todos empezaban a sentirse cansados, pero nadie pensó ni por un instante en dejar de pelear. Las tropas enemigas caían agotadas, sin poder renovar sus energías; además, sus armas eran más pesadas, y sus ataques requerían de un mayor esfuerzo físico. Las tropas de Dumbaria y Jyles, a pesar de poder renovarse, lo hacían muy lentamente, por lo que el esfuerzo era muy superior a lo que recuperaban; aun así, estaban menos cansados que sus enemigos, y la confianza que les habían transmitido los dos duendes sobre el desarrollo de la batalla desde que habían partido los animaba a seguir luchando dando lo mejor de sí mismos.

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