Mi humilde petición

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lunes, 25 de marzo de 2013

LA GUERRA EN LA NIEBLA VIII


Mientras, en los riscos, Jyles soltó el arco y el carcaj y bajó a tierra. Durante su descenso, como había ocurrido con el de Dumbaria, su anillo se iluminó y dos espadas largas aparecieron en sus manos. Vio, aún desde una de las rocas más bajas, a un orco acercarse a un grupo de silfos. Aprovechando que se encontraba a mayor altura, tomó impulso para saltar desde donde se encontraba hasta el suelo, y aprovechó la inercia de la caída para cercenar los brazos del orco. Sin detenerse a comprobar la efectividad de su ataque, sorteó el cuerpo del orco y corrió hacia donde se encontraban el resto de los duendes, abriéndose camino entre los orcos y trasgos que se habían colado hasta la retaguardia, y ayudando a los duendes, trolls y dríades que se encontraban en apuros, rodeados por más de un enemigo.
Un grupo de silfos que se encontraba defendiendo a las hadas del suelo se apresuró a rematar al orco caído antes de volver a sus posiciones de defensa, pues el enemigo había conseguido avanzar hasta sus posiciones, y se disponía a acabar con las hadas más jóvenes. Los silfos, debido a su menor estatura y envergadura, tenían que pelear en pequeños grupos contra cada adversario, por lo que, aún a pesar de ser pocos los enemigos que habían conseguido llegar a la retaguardia, pronto se vieron en notable desventaja.
Jyles, que recibía los mensajes de socorro de cada grupo, ordenó a una parte de los arqueros que centraran sus flechas en ayudar a los jóvenes silfos; por su parte, los dragones caídos que no podían retomar el vuelo por heridas en las alas, con jinete o sin él, se lanzaron al ataque para defender tanto a los silfos que caían heridos como a los pequeños grupos de hadas que quedaban desprotegidos durante el ataque.
Gracias a la capacidad de los silfos de obtener energía de la Madre Tierra, y gracias a la protección que les ofrecían los dragones que ya no podían volar, cuando un silfo caía herido, y siempre que la herida no fuera mortal, éste comenzaba su propia curación hasta recuperar las energías suficientes para continuar luchando. Sin embargo, ninguno de los atacantes tenían esta capacidad, ya que la habían perdido con el paso del tiempo, al distanciarse de la Madre Tierra, por lo que una vez heridos, sólo podían esperar la muerte.
Poco a poco, los orcos y trasgos que atacaban a los grupos de hadas jóvenes  fueron disminuyendo en número. Los dragones, muy superiores en tamaño y fuerza, desmembraban sin piedad tanto a unos como a otros y, en ocasiones, peleaban contra los lagartos que caían heridos y que amenazaban tanto a los silfos y hadas como a los trolls, duendes y dríades de la retaguardia.
Los silfos se iban reagrupando conforme se iban recuperando, y volvían a la batalla sin un atisbo de duda en el rostro. Gracias a la ayuda de los dragones, pronto pudieron dedicarse sólo a la protección de las hadas y a rematar a algún enemigo ya herido que pudiese seguir luchando, aunque seguían encontrándose en marcada desventaja.
Jyles llegó a las primeras filas de ataque, y pronto se encontró junto a Dumbaria. De repente, sin necesidad de palabras ni gestos, el ataque de los dos duendes se coordinó como si de uno solo se tratase, como si fuese una sola mente actuando a través de dos cuerpos. Las espadas bailaban en sus manos al ritmo que sus dueños les marcaban, sin descanso. Luchaban codo con codo protegiéndose las espaldas mutuamente, apoyándose el uno en la otra para evitar ataques o magnificar los propios.
Los dos duendes habían nacido la última vez que los planetas se habían alineado, hecho muy poco corriente, por lo que, a pesar de ser hijos de padres diferentes, habían nacido como hermanos. Tal era el poder que desprendía la Madre Tierra en el momento del nacimiento, que los dos duendes se vieron envueltos en un halo de energía que más tarde les confirió ciertas capacidades inusuales entre los de su especie. Con el tiempo, y gracias a un duro entrenamiento, habían aprendido a ser uno solo en lugar de dos.
Las mentes de los dos duendes estaban perfectamente coordinadas entre sí, y coordinaban y reorganizaban sin dilaciones las estrategias de ataque de sus tropas conforme les llegaban los informes de situación y daños.

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