Mi humilde petición

Sería de agradecer que cada cual deje sus comentarios en la entrada que crea oportuna...tanto los buenos como los no tan buenos. Así puedo hacerme una idea de cómo mejorar y en qué aspectos :)

lunes, 25 de marzo de 2013

LA GUERRA EN LA NIEBLA XI


Apenas unos minutos después de haber partido, Dumbaria y Jyles llegaron a su destino. A la par, ambos aminoraron la marcha para evitar ser oídos, pues ellos sí oían el alboroto que procedía del lugar. Al parecer, los orcos y trasgos sí tenían un plan B, y lo tenían ante sí.
El escondite donde se encontraba la retaguardia de sus enemigos era una cueva oculta tras los árboles, escavada en los riscos más internos del fiordo; a pesar de que la entrada no era más grande que un dragón  joven agachado, su interior era enorme, adentrándose a lo largo de toda la montaña, por lo que no podían saber la cantidad de orcos y trasgos que quedaban dentro. Adentrarse en aquél lugar en ese momento les supondría una muerte segura, pues serían vistos de inmediato; sin embargo, los dos duendes conocían otra entrada cercana a aquella, que probablemente el enemigo desconocería, ya que estaba muy bien camuflada, y que les permitiría adentrarse en la cueva sin ser vistos.
Si hacían caso de su instinto y del ruido que se oía dentro de la cueva, las tropas estaban a punto de salir hacia el campo de batalla. No había tiempo que perder.
Haciendo caso omiso al ruido que provenía de la entrada de la cueva, siguieron caminando unos metros más, sin separarse del borde de la montaña. Pronto encontraron la fina abertura en la roca que los conduciría al interior de la cueva, una abertura apenas más ancha que una simple grieta; se encontraba tras una pequeña cascada, y permitiría el paso de los dos duendes de lado.
El primero en introducirse por la abertura fue Jyles, y Dumbaria entró pisándoles los talones. Anduvieron a lo largo de todo el ancho de la pared rocosa, con la espalda y la barriga pegadas a la fría piedra, y avanzando tan rápido como el estrecho pasaje lo permitía. Los gritos de los orcos y trasgos rezagados se oían cada  vez más fuertes y alborotados. Llegaron al interior de la cueva.
Antes de salir a la enorme cavidad que ofrecía la montaña, Jyles inspeccionó, desde su escondiste entre las grietas, el interior de la cueva.
“¿En serio?”, sonó la voz del duende en la cabeza de Dumbaria. Su tono sonaba a la vez sorprendido y socarrón, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo por contener la risa dentro de aquella grieta. “Sabía que los orcos y trasgos eran a cada cual más inútil, pero jamás pensé que llegarían a tanto”.
“¿Por qué? ¿Qué pasa?”, preguntó ella, intrigada y un poco desesperada.
“Compruébalo tú misma”, le respondió él mientras salía sin reparo alguno de su escondite.
Tras el susto inicial al ver a su compañero adentrarse en una cueva llena de enemigos ruidosos, Dumbaria se asomó al espacio abierto que había dejado Jyles al salir.
Tras un momento de desconcierto, Dumbaria cerró la boca (que no recordaba haber abierto), y echó un vistazo a la totalidad de la cueva. Como Jyles, ella también se alejó de la protección que le brindaba la grieta, y se adentró sin reparo alguno en la cueva hasta colocarse junto a su compañero.
“¿En serio?”, repitió, incrédula, las palabras de su compañero, reprimiendo una carcajada, para lo cual tuvo que llevarse las manos a la boca.
El suelo  de la cueva estaba abarrotado de cuerpos inertes, cerca de un centenar. Otro centenar (de hecho bastantes menos) se arremolinaba ruidosamente frente a la entrada que ellos habían dejado atrás, dispuestos a salir, ya en formación. Por suerte, no quedaba ninguno de aquellos animales peludos.
Al parecer, durante la espera, había surgido una discusión que había dividido al grupo de orcos y trasgos en dos posiciones opuestas. Probablemente, la disputa había llegado a un punto tan acalorado que ambos bandos habían comenzado a pelear a muerte, hasta que uno de los grupos cayó muerto, o hasta que un trasgo u orco algo más avispado hubiese decidido que era hora de parar de pelear y prepararse para la marcha. Los dos duendes se inclinaban a pensar que se trataba de la primera opción, y probablemente no anduviesen demasiado desencaminados.
Jyles miró a Dumbaria con la risa pintada en la cara. “¡Nos han hecho la mitad del trabajo! No me lo puedo creer”, dijo ella, aún incrédula e intentando aguantar la risa. “No sólo se han matado entre ellos hasta quedar reducidos a menos de la mitad, sino que además los que quedan están cansados y heridos”.
Al parecer, habían subestimado la capacidad estratega de sus adversarios, pero no su inteligencia.
Los dos duendes sabían que, de haber  evitado la pelea entre ellos, habrían tenido grandes problemas para reducirlos entre los dos solos; es más, de no haber caído en la cuenta de que podían quedar orcos y trasgos escondidos, probablemente habrían perdido la guerra por agotamiento…pero aquella pelea entre ellos lo cambiaba todo.
En ese momento, un aviso de socorro sonó en sus mentes: los soldados de tierra estaban teniendo problemas para mantener a raya a los enemigos, pues algunos de los lagartos alados que habían caído, desesperados al verse acorralados, habían empezado a lanzar llamaradas que pronto prendieron varios árboles, y el fuego se extendía rápidamente. Algunas de las náyades que habían sobrevivido gracias a la emboscada que les habían tendido a las sirenas salieron del agua para extinguir las llamas, pero el tiempo que podían estar fuera del agua era muy escaso, y la cantidad de agua que podían llevar consigo para apagar el fuego, insuficiente.

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