Mi humilde petición

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lunes, 25 de marzo de 2013

LA GUERRA EN LA NIEBLA II


Todo se mantenía en forzado silencio. El cántico de las hadas sólo ellas lo oían; el batir de las alas de los dragones sonaba menos que una brisa; las náyades se mecían en las escasas ondas que se formaban en el agua; y en tierra, la respiración de los distintos soldados se confundía con la quietud de las briznas de hierba que pisaban.
Todos esperaban órdenes, y los que daban las órdenes esperaban al enemigo, ya a punto de llegar. Pero, ¿quiénes daban las órdenes?
En el pico del risco más alto, muy por encima de los demás arqueros elfos, se hallaba un duende, también armado con un arco y un carcaj, con la mirada fija en el horizonte. Vestía, como todos en aquél lugar, exceptuando a los elfos y dríades, pantalones marrones de telas bastas y una camisa de color verde llena de picos, que bien podía estar fabricada a base de las hojas más resistentes del bosque. Tenía las delgadas facciones que tienen todos los duendes, con el rostro alargado y orejas picudas; sus ojos eran marrones claros, casi dorados, y su pelo castaño amenazaba con cubrirle uno de ellos. De su cuello colgaba una fina cadena que sostenía un sencillo anillo de plata, y de su cadera un cinturón sin espada. Respondía al nombre de Jyles, y era el encargado de dirigir a los arqueros y dragones.
Mirando en la misma dirección que su compañero, pero desde una de las ramas de un árbol cercano a la primera fila de la formación de trolls y duendes, se encontraba Dumbaria, la duende encargada de dirigir a las tropas de tierra, tanto trolls y duendes como dríades, y a las náyades en el agua. Su ropa era casi idéntica a la de su homólogo masculino, al igual que sus facciones; sin embargo, el pelo de ésta era largo hasta mitad de la espalda (aunque ahora lo llevaba recogido) y oscuro como la noche misma, y sus ojos eran del mismo marrón que el tronco del árbol sobre el que estaba sentada. También de su cuello colgaba una fina cadena con un anillo de plata, y de su cadera un cinturón sin espada. Estaba completamente desarmada, pero lista para la batalla.
La mirada de ambos era dura, pero serena y, por el momento, amparados por la oscuridad que la niebla les ofrecía, ninguno de los dos parecía tener intención de parpadear. Sus cuerpos estaban en posición relajada, pero atentos a cualquier ruido, cualquier movimiento procedente del este.

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