En los tres elementos, los soldados aguardaban
órdenes de Jyles y Dumbaria. No eran sus superiores u oficiales de guerra;
eran, simplemente, los seres más antiguos de aquella tierra, y habían sido
ellos los que les habían enseñado las técnicas de lucha que ahora manejaban. No
sólo eso: los dos duendes habían aprendido antiguas técnicas de comunicación ya
olvidadas, técnicas que sólo los más sabios conocían en la época de la luz.
Ellos habían aprendido esas técnicas y les habían enseñado a usarlas, de forma
que, aunque los soldados no eran capaces de comunicarse entre sí más de lo
absolutamente necesario, ellos sí podían comunicarse entre sí y con los demás
sin problemas, sin necesidad de producir sonido alguno. Los humanos lo
denominaban telepatía; sin embargo, era ésta una técnica mucho más ancestral y
sutil, en la que no se comunicaban palabras, sino pensamientos. Gracias a ella
podrían comunicarse durante toda la batalla, dar órdenes y cambiar estrategias
sin necesidad de usar palabras, lo que les proporcionaría una inestimable
ventaja.
Las tropas enemigas estaban cada vez más cerca, avanzando
a gran velocidad, pero ningún pensamiento perturbaba la tranquilidad de sus
mentes, no había orden aún. Tal era la quietud de las criaturas, que ni
siquiera la hierba se movía al son que le marcaba el viento. La niebla era ya
tan densa que desde fuera parecía tangible, casi sólida.
En cuestión de unos minutos, las tropas enemigas se
encontraban frente a las primeras líneas de los soldados de a pie; frenaron en
seco, levantando una gran polvareda, esperando órdenes de sus superiores. Poco
a poco, el polvo se fue asentando, y en el agua las burbujas se dispersaron y
el lodo volvió al fondo del que había sido levantado, dejando el agua tan
limpia y cristalina como siempre había estado.
Dumbaria saltó de la rama sobre la que estaba posada
y se colocó junto a sus soldados, tranquila, con las manos aún vacías junto a
los costados; Jyles, con el arco en la espalda y las flechas en el carcaj,
avanzó por el risco hasta colocarse por delante del resto de los arqueros.
Había llegado la hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario