Mi humilde petición

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lunes, 25 de marzo de 2013

LA GUERRA EN LA NIEBLA V


En los tres elementos, los soldados aguardaban órdenes de Jyles y Dumbaria. No eran sus superiores u oficiales de guerra; eran, simplemente, los seres más antiguos de aquella tierra, y habían sido ellos los que les habían enseñado las técnicas de lucha que ahora manejaban. No sólo eso: los dos duendes habían aprendido antiguas técnicas de comunicación ya olvidadas, técnicas que sólo los más sabios conocían en la época de la luz. Ellos habían aprendido esas técnicas y les habían enseñado a usarlas, de forma que, aunque los soldados no eran capaces de comunicarse entre sí más de lo absolutamente necesario, ellos sí podían comunicarse entre sí y con los demás sin problemas, sin necesidad de producir sonido alguno. Los humanos lo denominaban telepatía; sin embargo, era ésta una técnica mucho más ancestral y sutil, en la que no se comunicaban palabras, sino pensamientos. Gracias a ella podrían comunicarse durante toda la batalla, dar órdenes y cambiar estrategias sin necesidad de usar palabras, lo que les proporcionaría una inestimable ventaja.
Las tropas enemigas estaban cada vez más cerca, avanzando a gran velocidad, pero ningún pensamiento perturbaba la tranquilidad de sus mentes, no había orden aún. Tal era la quietud de las criaturas, que ni siquiera la hierba se movía al son que le marcaba el viento. La niebla era ya tan densa que desde fuera parecía tangible, casi sólida.
En cuestión de unos minutos, las tropas enemigas se encontraban frente a las primeras líneas de los soldados de a pie; frenaron en seco, levantando una gran polvareda, esperando órdenes de sus superiores. Poco a poco, el polvo se fue asentando, y en el agua las burbujas se dispersaron y el lodo volvió al fondo del que había sido levantado, dejando el agua tan limpia y cristalina como siempre había estado.
Dumbaria saltó de la rama sobre la que estaba posada y se colocó junto a sus soldados, tranquila, con las manos aún vacías junto a los costados; Jyles, con el arco en la espalda y las flechas en el carcaj, avanzó por el risco hasta colocarse por delante del resto de los arqueros. Había llegado la hora.

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