Llevaban meses planeándolo, y por fin estaba todo
listo. El ataque estaba previsto para cuando saliese el sol y, puesto que
estaba amaneciendo, era necesario ponerse en marcha, pues las tropas debían
estar preparadas y en posición, y el sol oculto por dos razones obvias:
mantener vivos a los trolls y permanecer invisibles al ojo humano.
En cuestión de apenas unos minutos, las hadas,
criaturas que no llegaban a medir más de veinte centímetros, se colocaron
formando círculos en el cielo, varios metros por encima de los riscos más
altos, y comenzaron a corear cánticos para formar una niebla espesa. En el
suelo, las hadas más jóvenes concentraban todos sus esfuerzos en obtener
energía de la Madre Tierra y enviarla a las que mantenían el hechizo activo
para que éste no se rompiese. Tanto las adultas como las más jóvenes tenían
unas alas desproporcionadas con respecto al tamaño de su cuerpo, pues eran casi
el doble de grandes que ellas; además, eran tan finas que resultaban
completamente transparentes y, al contrario de lo que pudiera parecer, eran
tremendamente resistentes.
Pequeños grupos de jóvenes silfos se encontraban en
formación alrededor de las hadas más jóvenes, pues su misión era la de
protegerlas contra lo que se avecinaba, de manera que no se interrumpiese en
ningún momento el tránsito de la energía. Los silfos eran el homólogo masculino
de las hadas, apenas un poco más altos que ellas y, como éstas, tenían sendas
alas a la espalda, aunque no eran tan grandes como las de ellas.
En los acantilados y salientes rocosos, miles de
elfos sostenían sus arcos en posición vertical, a la espera de órdenes, con una
flecha ya colocada y lista para ser disparada. Eran igual de altos que un humano
adulto de estatura media, pero mucho más enjutos. Tenían las manos finas y
alargadas, perfectas para el manejo del arco, y sus ojos rasgados, casi
enteramente pupila, eran los más adecuados para calcular la distancia a la que
podría encontrarse el enemigo. Vestían bastas ropas grises, del mismo tono que
las piedras que tenían a sus espaldas y bajo sus pies, lo que les confería,
junto a la niebla, un camuflaje casi perfecto y una protección indudable.
Entre los árboles, las dríades sostenían en alto sus
lanzas y mantenían las espadas preparadas para lanzarse a la batalla; eran las
únicas en el campo de batalla que llevaban un vestido que les quedaba por mitad
del muslo, en lugar de pantalones, pues estaban acostumbradas a ellos, y sabían
que les permitirían moverse con total libertad; además, los vestidos eran de un
tono marrón muy parecido al de los troncos de los árboles y al de su propia
piel, por lo que subidas en éstos pasarían desapercibidas, y estando en tierra,
si se mantenían quietas, y gracias a su excepcional altura, a sus cuerpos
robustos y a sus espesas melenas verdes, podrían ser confundidas con árboles
jóvenes.
En el agua, las náyades (también conocidas como
elfas del mar) esperaban su encuentro con las sirenas; sus rasgados ojos completamente
negros oteaban el horizonte en las profundas y tranquilas aguas marinas con la
esperanza de vislumbrar el más mínimo movimiento que pudiese indicarles la
llegada de sus temibles enemigas. Sus manos palmeadas se adherían a las rocas
tras las que se mantenían escondidas, mientras movían las piernas de forma casi
imperceptible para mantenerse en la posición adecuada. Las oscuras escamas que
cubrían todo su cuerpo eran más que suficiente como protección y como
camuflaje.
En el aire, sin volar nunca por encima del banco de
niebla, se mantenían a la espera dragones
de mil colores, los más jóvenes cabalgados por silfos armados y los adultos esperando
instrucciones. Los dragones no tenían más protección que sus duras escamas y
sus afilados colmillos, y los silfos que cabalgaban sobre los más jóvenes
contaban como única protección con la pericia de estos para esquivar los
ataques de sus enemigos.
Y por último, en formación de ataque, trolls y
duendes esperaban la llegada de las tropas de a pie.
Los trolls, las criaturas de menor tamaño (sin
contar a las hadas y silfos) de todas las que participarían en aquella guerra
(apenas del tamaño de un niño humano), iban armados con ondas y piedras, o con
pesadas hachas. Tenían la piel muy gruesa y oscura, de un tono grisáceo, como
el de las piedras. Sus cabezas eran ovaladas como patatas y completamente
calvas, por lo que comúnmente eran confundidos con gnomos, aunque éstos vivían
en tierras más cálidas y no se convertían en piedras si les daba la luz del
sol.
Por su parte, los duendes tenían en sus manos largas
y afiladas espadas que habían sido forjadas con raras aleaciones de pesados
metales y magia, de forma que resultaban ligeras para la lucha, pero letales
para quien tuviese el infortunio de cruzarse con su filo. Tanto los trolls como
los duendes vestían camisetas verdes y pantalones
marrones.
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